Los resultados en el fútbol tienen la capacidad de ocultar una realidad palpable solo detrás de los disfraces del éxito y el fracaso. Los árboles que plantan las emociones del momento no permiten ver el bosque de unos hechos que, indefectiblemente, repercutirán a largo plazo en el devenir de un equipo, en el rendimiento final de un grupo. Los hitos parciales van dando información que nos permite, a los que trabajamos en esto, poder ajustar sobre lo desarrollado y nunca deben ser condenas en la derrota o consagraciones de nada en la victoria. Los hechos son hechos. Nuestra interpretación de los mismos será la que nos lleve a aplicar esos ajustes de una determinada manera y a seguir evolucionando con la propia competición; ajustes que, además, en un deporte como el nuestro, pese a tener sentido, pese a lograr mejoras, pese a dar la vuelta a datos que reflejen un rendimiento objetivamente positivo, no tienen por qué ser siempre causa del efecto de ganar. Eso es lo que hace maravilloso a este juego; y es ahí donde las emociones que provocan los resultados pueden hacer que te equivoques, tanto en la derrota como en la victoria.
No llevo en Panamá ni tres meses y estoy viviendo algo único. Único para mí, obvio. Aquí la selección ya ha vivido un Mundial y no son nuevos en esto. Después de años con opciones, la providencia marcó que fuera el de Rusia en 2018 el Mundial para debutar ante el resto del mundo en el escenario por excelencia del fútbol universal. Por eso no es único para Panamá. Para el país. Sin embargo, los jugadores de esta generación están afrontando una fase octagonal de acceso a la Copa del Mundo por primera vez (antes era hexagonal) y ya han obtenido más puntos que en cualquier fase anterior, incluso la que les llevó a Rusia; además, han ganado a EEUU por primera vez en una clasificación mundialista. Hitos que van confirmando que el fútbol panameño está madurando, haciéndose adulto, rebasando líneas rojas que antes limitaban la mentalidad colectiva. Ahora (esto es una sensación desde dentro), los verdaderos protagonistas, los jugadores, empiezan a transmitir otra realidad, una realidad ilimitada; humilde, sí, pero sin ponerse topes, sin chocar contra el muro de una historia que ya han superado. Ya se permiten ser lo que su potencial pueda llevarles a ser, aspirar a todo; a ser mundialistas o a ganarle a los hasta ahora grandes de CONCACAF. Para poder crecer era necesario, y esas cadenas que coartaban su evolución se rompieron, quizás, en ese gol de Román contra Costa Rica que les daba el boleto a Rusia.
Con estas ideas en la cabeza, y desde la posición de un trabajador al servicio del jugador y de su rendimiento, como casi siempre en las victorias, mi cuerpo y mi mente me piden más calma que nunca; donde hay celebración, alegría, fiesta y mucha víscera, mucho corazón, me piden crítica y trabajo. Ojalá podamos celebrar en marzo otra clasificación histórica. Las opciones están ahí porque los jugadores han ganado partidos: solo es fruto de méritos propios. Pero en marzo. Ahora toca ver los resultados de nuestro trabajo (no del marcador) y ajustar en la medida que entendamos lo que creamos oportuno para seguir ganando, para seguir puntuando. Y dar un paso más. Solo uno antes de dar el siguiente. Con ilusión, profesionalidad y pasión, toda la del mundo. Cuando más caliente está el entorno, por exceso o por defecto, más frío debe estar el que trabaja para el jugador.
Quiero cerrar dejándote esta reflexión en la línea de lo que te acabo de explicar: tengo la dicha de poder trabajar para la federación de un país maravilloso, en donde me siento a gusto por el clima, por la ciudad, por el entorno y por su gente (se gane o se pierda); estoy dentro de un grupo de trabajadores formado por gente maravillosa. Trabajar con personas de esta calidad humana es una alegría cada día, y lo será mientras seamos compañeros (se gane o se pierda); el trabajo que se está haciendo desde la FEPAFUT y el cuerpo técnico está siendo de un nivel máximo cualitativa y cuantitativamente, y eso se reflejará, en el largo plazo (estoy convencido de ello), en el nivel de la selección, en el de la liga y en los destinos de los jugadores, que aspirarán cada vez a mejores clubes fuera del país (se gane o se pierda); jugadores maravillosos que me transmiten una ilusión y una alegría que solo invita a seguir dejándose la piel por ellos (se gane o se pierda). Esta experiencia, de la que aún no cuento ni tres meses, ha sido hasta ahora y está siendo en estos momentos maravillosa (se gane o se pierda). Cuando saque conclusiones de mi paso por aquí, ojalá pueda contar con una participación en un Mundial y, para no ponerme límites, con cosas que ni mi cabeza puede ahora procesar. Las que no van a condicionar mis reflexiones, mis conclusiones, tanto para mi trabajo como para mi satisfacción personal, van a ser las victorias o las derrotas.
No sé a dónde llegaremos. Estamos en la jornada octava y ahora el resultado parcial nos sitúa cuartos, lo que daría opción a jugar una repesca para clasificarnos. No voy a tomarlo ni como referencia siquiera. Sería incoherente hablar en esos términos cuando mi disertación ha girado en estas líneas en torno al largo plazo y los frutos del trabajo óptimo. Quedan seis jornadas y todo está abierto. Por mucho que se haya hecho, por muy buenos e históricos que hayan sido los resultados hasta ahora, podemos ganar el grupo, ¡o quedar últimos! Todo es posible. Otra cosa es que, a priori, no parezca muy probable lo segundo; pero posible es, y hay que ser más humildes que nunca. Tenemos mucho trabajo aún hasta el primer receso tras el inicio de la competición, a mediados de diciembre, en el que podremos volver a España para ver a nuestras familias. Aunque vivamos en el paraíso y nos sintamos tan queridos en este país, se hace duro estar lejos de los tuyos. Volveremos a las eliminatorias en enero con la mente limpia y energía para parar un tren, y la ilusión de un niño para meter a la Sele en su segundo Mundial. Hemos dado ocho pasos. Enormes, pasos de gigante. Quedan seis pasos más. La cosa marcha. Seguiremos firmes, adelante, para alcanzar «por fin la victoria en el campo feliz de la unión»* de esta selección porque, sobre todo, y pase lo que pase, lleguen victorias o derrotas, sabemos de dónde venimos. Cuando todo esto pase, seremos los mismos que empezamos este camino allá por el mes de agosto; bueno, los mismos, los mismos… seguro que no. Nunca uno queda igual después de las experiencias vividas, y menos cuando son de este calibre. Lo que sí seguiremos teniendo es, sin lugar a la duda (en esto créeme que no me equivoco), sea cual sea el resultado, los pies en el suelo.
Que tengas una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
*Parte de la letra del Himno Nacional de Panamá.
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