Si algo tiene sentido para mí actualmente en el fútbol (y en la vida, por supuesto) es,
por un lado, que solo puedo transmitir algo en lo que soy ejemplo y, por el otro, que no
hay medida exacta de nada, seguridad absoluta de algo o explicación para todo. En lo
primero, es obvio que somos libres de opinar de lo que queramos, faltaría más. A mí
mismo se me escapan juicios fuera de lugar de vez en cuando. Sin embargo, pudiendo
opinar libres, también somos responsables de las consecuencias de lo que decimos, y
eso me ocupa más. Si alguien necesita mi consejo, experiencia o modelo, solo me veo
legitimado a transmitirle algo en lo que soy, al menos, experimentador, aunque no sea
experimentado. En cuanto a lo segundo, las experiencias me van enseñando a guiarme
por la intuición y dejar de buscar la respuesta concreta. Y es aquí donde convergen
ambas ideas para hacerse maestría. Dice la RAE que la maestría es el arte y la destreza
en enseñar o ejecutar algo. En mi profesión, o al menos yo, en mis comienzos, buscaba
junto a mis compañeros el Santo Grial, la Tormenta Perfecta, la fórmula de Fibonacci
que nos diera la clave para hacer el entrenamiento que prepararía a nuestros
jugadores para competir con la mayor eficacia; la manera de jugar que, sin lugar a
dudas, nos acercaría a la victoria. ¡Ay, iluso! Qué aburrida sería la vida, por cierto. ¿Un
método para entrenar "correctamente"? Y si todos usaran el método, ¿quién ganaría? Un algoritmo que recogiera todas las posibilidades del juego. Pero, ¿y si el juego no
fuera un árbol de posibilidades? Hacer simple lo complejo. Cuadrar el círculo.
La pericia del entrenador se cimenta en la experiencia. En años de jugador, en muescas
en la planta de la bota. En chándals desgastados a la altura del "culete" de rozar
banquillos y apoyarse en vallas. De suplencias, de goles, de lesiones, de chascos, de
alegrías. De errores, de vivencias compartidas, de barbas remojadas al ver a colegas de
profesión con la suya afeitada. De firmas y de ceses. De oficinas y restaurantes. No solo
la metodología estudiada en el INEF y los cursos de entrenador te dan las pautas de
organización del juego; tampoco debemos desechar las teorías de entrenamiento y las
tácticas aprendidas de los que vinieron primero. Todo vale. Pero todo vale si transmito
coherencia, y para ello tiene sentido que proponga algo en lo que soy ejemplo, he
practicado y tengo experiencia. Incluso a la hora de aportar novedades a nuestro
trabajo, esa coherencia se hace presente porque la misma novedad procede de una
manera comportarse y entender vida y fútbol donde lo que se dice casa con lo que se
hace; de igual manera, todo vale si dejamos a un lado la creencia de que sabemos la
respuesta de todo y que todo lo que hacemos tiene un inicio y un final conocido, y que
cada propuesta es la causa de un efecto previsible y determinado. Falacias.
A la pregunta de mi querido Dani del Pino acerca de cómo medir la carga táctica solo
puedo responder desde el atril de la coherencia que predico: ni tengo la medida de
nada (mi maestría me permite acercarme a lo que entiendo óptimo y, sobre los
resultados de nuestras acciones, ajustar el rumbo) ni puedo mostrar otra cosa que la
que yo hago (que, siendo igual, nunca es lo mismo) en cada equipo de aquellos a los
que he entrenado. Será un honor dedicar el próximo artículo del blog a explicar una
semana de trabajo del cuerpo técnico al que pertenezco en la actualidad, pues
venimos preparando cada partido de competición, desde hace ya 4 años, con una
coherencia como la exigida en estas líneas y la adaptación, casi diaria, gracias al feedback de lo que hacemos por diferentes medios, a los desequilibrios que se
producen, lo que nos permite seguir encontrando diferentes y más apetecibles
resultados a nuestro quehacer diario. Un quehacer que, en esto de la carga táctica, tan
atractivo nos resulta pues nos permite diseñar estrategias para lo único que nos queda
ya en este juego: ayudar desde fuera a los protagonistas a superar a su contrincante.
Que tengáis una feliz semana.
Mucho Amor. Mucha vida. Mucho Fútbol.
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