Llevamos casi tres meses ya de confinamiento. Con las salvedades de cada fase, por territorios, pero tres meses al fin y al cabo. Y aún queda un poco más (nada concreto en un periodo de poca concreción en general, aunque se previera llegar incluso hasta el 28 de junio). Algo único para todos los que lo estamos viviendo en España. Hay que decir que países con regímenes determinados pueden haber decretado en las últimas décadas estados de alarma, sitio o similar puntuales, o llevado algún control poblacional a su manera. Los compatriotas, que aún vivan, que vivieran la guerra del 36 o la dictadura franquista sabrán lo que son también situaciones de mayor o menor tiempo sin salir de casa. Sin embargo, tanto tiempo como ahora, pese a no tener riesgo de nada, prácticamente, si se mantienen las medidas adoptadas, con la rara situación de tener acceso a lo básico (y más, pues el alcohol, el tabaco y las “drogas” no son básicas, llámame loco), al ocio (desde casa) y a salidas diarias, aunque controladas, es totalmente nuevo: todos estamos aprendiendo a llevarlo.
Abruma la cantidad ingente de información que hemos gestionado durante este proceso. Gestión, mejor, porque digestión no sé si se puede hacer de todo, por volumen, y de algunas cosas, por indigestas. Opiniones hay para todos los gustos; desinformación, dudo que pueda haber más. Y seguro que todos los que informan lo hacen con una intención, de base, positiva. Pero cuesta no posicionarse, cuesta no creer a unos más que a otros, cuesta no arrimar el ascua a la sardina de nuestro sesgo cognitivo, aquel que se ajusta a, por lo que sea, lo que más encaja con nuestra forma de ver las cosas. Aquello que deja a nuestra conciencia más tranquila. A pesar de que no es mi intención hablar sobre ello, lo traigo a colación para introducir el núcleo de la reflexión semanal. Podemos enzarzarnos en discusiones para imponer nuestro punto de vista, hacer filtrado y contrastado de lo que se publica para llegar a la “verdad” más verdadera, o apoyarnos en los que, por su erudición en cada tema, nos puedan dar luz sobre lo que realmente es determinante para comprender lo que está pasando y dar respuesta a nuestras dudas. Sin embargo, hagas lo que hagas, siempre va a haber algo a lo que no lleguemos, una capa por encima que nos cubra de acceder a una verdad mayor, una opinión condicionante y condicionada que, como no puede ser de otra manera, nos condicione (lo tenía que decir). Si no, ¿cómo es posible que todos podamos vivir en el mismo contexto (no es exactamente nunca el mismo, pero concédeme la licencia), tomando decisiones antagónicas, decidiendo opciones contrarias, y que estemos a gusto con lo que vivimos (por eso seguimos haciéndolo; si no, lo cambiaríamos)? Puedes decirme que unos obtienen unos resultados diferentes a los de otros, o que los obtenidos no gustan, y que eso es lo que puede llevar a decidir en próximas ocasiones de manera diferente. En eso estoy de acuerdo. Puedes llevar el debate hacia allá y, al final, concluiremos que lo óptimo es que cada uno haga lo que le venga en gana, siempre y cuando no haga un daño al prójimo. Pero, ¿cómo valorar si se hace daño o no? Y, por otra parte, ¿no es inevitable que lo que se haga afecte a todo, aunque a priori tenga un impacto local? Sea como sea, eso daría para un libro y yo voy a ir por el camino más recto para llegar a donde te quiero llevar: todos tenemos opiniones y soluciones para lo que está pasando, pero pocos son los que tienen responsabilidades sobre el total de la población. Sin embargo, hay una responsabilidad que todos podemos asumir sin tener que dar cuentas a nadie ni esperar a que nadie haga algo por nosotros: la nuestra.
Como para lo que me citan a mí es para que hable de fútbol, de eso hablaré. Siempre hay una metáfora en el deporte para explicar la realidad. Para qué voy a meterme en cosas de las que tengo mucho que aprender y en las que poco puedo enseñar, ¿no crees? Yo lo veo así y, si en el fútbol tengo más ignorancia que sabiduría, en el resto de las cosas de la vida solo soy un aprendiz. Utilizaré el balón y el juego, como de costumbre, para hablar de la responsabilidad.
El fútbol, como deporte colectivo, es un dispersador natural de responsabilidades. Siempre me ha llamado la atención el sacrificio del corredor, del nadador, del ciclista…Yo, en fútbol, nunca sentía el sacrificio. Correr un par de vueltas más o hacer otra serie de algún entrenamiento físico podía ser lo más cercano al sufrimiento. Pero no ha habido apenas entrenamientos en los que no tocáramos el balón (con matices... Todos hemos tenido algún “prepa” o míster “fatigas” con lo condicional). El juego alimenta la pasión y la dureza de la práctica se hace palpable solo a posteriori, marcando la piel con moretones y arañazos, marcas de guerra que enorgullecen al que las lleva grabadas, de la cabeza a los pies, temporales o sempiternas. Sufrir no es sino la expresión de alguien que quiere darle más importancia de la que tiene a un juego que, si tanto gusta, es porque hace disfrutar, no por lo contrario.
En nuestro deporte, en la victoria y en la derrota somos muchos para repartirnos el peso de los resultados. Si el corredor no entrena, o se pega un homenaje, o tiene un mal día, nadie va a correr por él; en el fútbol puede que ganes sin estar en la convocatoria o que pierdas habiendo marcado tres goles. Míralo como quieras (bien o mal, positivo o negativo): es una realidad. A partir de aquí, cada uno asume lo que quiere asumir. Yo te voy a dar mi opinión: si la referencia eres tú (nunca el compañero o el rival) y lo que hagan los demás no es controlable (solo puedes decidir sobre tus actos y, a veces, hasta en eso nos controla el inconsciente…) nadie sino tú es el responsable de lo que le pasa. Nadie. Repito: nadie. Si no estás jugando, responsabilidad tuya: haz algo para volver a jugar; si no estás teniendo continuidad, responsabilidad tuya: haz algo para que la vuelvas a tener; si cuando juegas tienes presión por hacer un buen papel en el poco tiempo que te conceden, responsabilidad tuya: haz algo para estar por encima de las situaciones. A cada argumento que esgrimas le espetaré un: asume tu responsabilidad y haz todo lo que esté en tu mano hacer. Y, te lo aseguro, ad infinitum encontraré un recurso, una solución para resolver tu justificación, tu excusa. Con este argumento, ¿cómo le voy a echar la culpa de algo incluso a alguien que mande sobre mí, que decida sobre el entorno en el que vivo o que tome decisiones sobre las cosas que puedo o no puedo hacer?
Si queremos cambiar las cosas de verdad solo tenemos un ámbito de influencia: el nuestro (pero el propio, el tuyo para contigo mismo); y si queremos que los demás hagan lo que nosotros hacemos o piensen lo que pensemos (ahí está el problema, no sé por qué hay unos seres humanos que queremos que otros hagan lo que nosotros hacemos o que piensen lo que nosotros pensamos. Dale una vuelta, es una neurosis), solo hay un camino. Además, es un camino que tampoco va a seguir nadie que no quiera, así que lo tenemos que recorrer nosotros para nosotros mismos: el camino de ser un ejemplo (y no para los demás, sino para lo que queremos de nosotros mismos. Corta el rollo de querer que la gente sea así o asá... Vas a ser más feliz; o no, yo qué sé…).
Decía Jordan Peterson en una de sus “ 12 Reglas para vivir” que antes de criticar a alguien nos aseguremos de tener nuestra vida en perfecto orden. Las otras once reglas no tienen desperdicio. Rescato para el post de hoy varias: trátate a ti mismo como si fueras alguien que depende de ti; no te compares con otro, compárate con quien eras tú antes; no permitas que tus hijos hagan cosas que detestes (aquí, inciso: si eres un ejemplo dudo que hagan eso que tú no haces, pero es solo mi opinión); dedica tus esfuerzos a hacer cosas con significado, no aquello que más te convenga; da por hecho que la persona a la que escuchas sabe algo que tú no sabes; y, por último, di la verdad o, por lo menos, no mientas.
Te recomiendo el libro. Es una joya. Nada más. Estoy entrenando el dejar de decirle a los demás lo que tienen que hacer. Déjame seguir practicando contigo.
Que tengas una feliz semana.
Mucha vida. Mucho amor. Mucho fútbol
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