Me dijo uno de las personas a las que admiro en el fútbol actual que él estaba al servicio de seres humanos que jugaban al fútbol. Gestión emocional me suena a comida procesada, a bebida de lata, a curso online. Tras el post, por petición popular, de la cuantificación de la carga táctica, toca responder a Jorge, que quería que hablase de este tema en concreto. Y prometo no volver a repetir el nombre.
Una de las cosas de las que me he dado cuenta en los dos últimos años es que todos los que estamos en el fútbol profesional tenemos una capacidad similar, dentro de unos rangos (unos por encima, otros por debajo de la media) que nos permite lidiar cada día con estos gigantes que son los jugadores de élite; también, que ellos son los principales protagonistas y que nosotros no somos necesarios siquiera para que se dé el fútbol. Basta con un balón, dos porterías, un árbitro y dos equipos. Y todo fluye. No tengo ninguna duda de que la labor de los técnicos aporta un valor que, pese a que el juego pueda darse sin ellos (como se dio en origen, y como se da en los patios de colegios y en las calles), hace que el fútbol evolucione y que la competitividad y la mejora del jugador sea exponencial. Entiende bien este hecho, por favor; y, por otra parte, también siento que en los equipos de élite se entrena de manera muy parecida, que disponemos de similares herramientas humanas y tecnológicas, y que los matices que podemos aportar unos u otros para hacer que el equipo que partía en el puesto diez, de veinte, en presupuesto, por poner una referencia, termine la temporada por encima o por debajo del mismo, son muy pequeños, y que en esto tienen mucho que decir los jugadores. Al menos, desde mi prisma. Así, poco a poco, te voy introduciendo, lector, en el núcleo de la cuestión. Puede ser paradójico que, si por un lado, digo que hay poca diferencia entre los que dirigimos, transmita, a continuación, que, a estos niveles, acceder a la mejora de tan solo una "pulgada" pueda marcar diferencias. El efecto mariposa en su máxima esencia. Y esa pulgada, me da en la nariz, es una pulgada que se sitúa en el "coco". Ahí sí podemos diferenciarnos.
La mente es perversa. Desde 2015 es para mí una diversión diaria conocerme a mí mismo. Es divertido, pero duele "que te cagas" a veces. En esa introspección, donde vuelvo a los orígenes para saber quién soy, aparece la sombra que oculta todo lo que, en su momento, no quise que saliera a la luz. Encender el interruptor del armario de la "mierda" me pone de bruces ante una realidad que, ahora sí, o la afronto, o la afronto: no hay manera de evadirla. Yo tengo mis sensaciones. A ti te puedo contar, desde mi experiencia, que si la afrontas, podrás entender mejor quién eres y vivir con una mayor aceptación, amor a ti mismo, o, por el contrario, sufrir por aferrarte a lo que creías que eras y que, en ese armario de cosas que no querías mostrar, te has encontrado con que solo era una máscara, una forma de ocultar la esencia; si, por otra parte, no la afrontas, el armario ya se ha quedado abierto y no hay forma de cerrarlo. La lucha de tu mente, de tu ego, con tu esencia, surgirá en los momentos más inesperados y te enfrentará cara a cara a tu existencialidad cuando menos te lo esperes. Depende de ti sufrir y resignarte, o aceptar lo que duele y renunciar a que sea de otra manera. ¿Y qué tiene que ver esto con el fútbol? ¿Y con los "palabros" esos que dan título al post? Pues muy sencillo: para mí, actualmente, esa pulgada de la que hablo no la ganas preparándote de manera intelectual para formarte como entrenador, sino que la adquieres de manera experiencial cuando te conoces a ti mismo y te enfrentas a la labor de aceptarte tal como eres. Eso te da paz, y estar en paz te permite dedicarte no solo al fútbol, sino a la profesión que desees, a la labor que quieras, a la actividad que más te guste, en plenitud de condiciones, con la máxima garantía. Mientras tengas una capacidad "media", a nivel técnico (las "cuatro reglas" de cada oficio) dentro del rango profesional al que te dediques, podrás dar lo mejor de ti en ello si tienes paz, y esa paz es un camino interior, no una carrera, un curso o la propia experiencia curricular profesional. Un entrenador que está en paz es un entrenador que se pone al servicio del grupo para generar el contexto donde este tenga la opción de acceder a todos sus potenciales; es alguien que escucha; es alguien que está al lado del que más lo necesita; que es justo, que no promete algo que no puede cumplir; que es equilibrado y equitativo, y que no trata a todos por igual porque nadie es igual que nadie. Un entrenador en paz está triste cuando hay que estarlo y contento cuando la ocasión lo merece, y transmite mesura y calma cuando el barco se agita ante la mínima adversidad, viendo una posibilidad de evolución en cada hito del camino, pues el camino no tiene fin y todo lo que sucede, sucede para algo. Es perfecto.
Yo no sé cómo se hace para "gestionar grupos", ni sé si lo hago bien o mal (tampoco creo que haya cosas bien hechas o mal hechas. Me da lo mismo. La referencia me la pongo yo con mi versión previa). Llegó un momento en el que entendí que, al jugador, pese a poder aportarle mucho fútbol, por supuesto, le ayudaba a ganar esa pulgada de otra manera (y, además, sin querer ayudarle: eso también es ego). Para ello no tenía que seguir preparándome de manera intelectual. Al contrario. Tenía que dejar de hacer y de estar. Ese descubrimiento, del que hablaba al principio del artículo, fue el que trajo como consecuencia que, ahora, esa pulgada, pueda convertirse en kilómetros, y que, a mí, lejos de tener que hacer muchas cosas (que también hago, por supuesto, como el entrenador y mis compañeros hacen cada día), me baste con SER.
Que tengas una feliz Semana.
Mucho Amor. Mucha vida. Mucho Fútbol.
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