¿Qué te viene a la cabeza cuando alguien te habla de “vivir bien”? Cuando escuchas eso de tener “calidad de vida”, ¿a qué hace referencia en tu mapa mental? No sé de qué trata esto de vivir, pero seguro que es mucho más sencillo de lo que pienso. No me he vuelto loco. No. En estos días con menor volumen de trabajo me he dado cuenta de que aun estando a diez mil kilómetros de mi casa y en una cultura completamente diferente a la mía (aunque cada vez menos, la verdad), mi rutina no difiere prácticamente nada de la que seguía en Málaga, durante el verano, incluso durante el confinamiento, o en cada una de las ciudades en las que he trabajado, incluidas Madrid, Torrejón de Ardoz y Tres Cantos, mis pequeñas patrias chicas, hasta la fecha.
El fútbol, al aficionado y al ciudadano de a pie al que no le gusta el fútbol, les proyecta “flashazos” de coches de lujo, relojes caros, peinados modernos, restaurantes de moda, playas paradisiacas, barcos en mares turquesa… Confusión o reflejo de la realidad, el caso es que mientras otros deportes nos evocan sufrimiento para lograr un éxito asociado a un fruto no exento de esfuerzos, en mi deporte se nos aleja de lo esencial, el juego, para quedarse en lo superfluo, que nada tiene que ver ni con el fútbol ni con sus practicantes… Y menos con los que nos dedicamos a la noble tarea de entrenar.
Conversando con los jugadores acerca de lo que han hecho en estos días libres, aparte de que no conozco en absoluto el país, encuentro que, por lo general, en mis experiencias, y aquí en Kuwait se repite igualmente, cuando pienso en días libres, espacios muertos, momentos de descanso y demás, suelo irme automáticamente a una idea de ocupar el tiempo libre relacionada con cosas que hacer, con lugares que visitar o con placeres que disfrutar. Ya sea pasar el día en la playa, quedar con amigos, hacer turismo o probar una deliciosa cena libanesa en cualquier bonito restaurante de la ciudad, esta costumbre de llenar los huecos que nos deja el ocio está en oposición, a priori, a lo que es en origen vivir, alejándose de ser, para estar, por estar (y a veces, dejando hasta de ser), y aprovechar espacios vanos en nuestra línea de tiempo con algún tipo de entretenimiento que nos impida sufrir el vacío de no hacer nada. ¡Mira que he hecho trabajo conmigo mismo y que no me duelen prendas en ir a contracorriente! Sin embargo, no sé por qué motivo, este latiguillo mental me sigue acompañando y me hace cuestionarme si de verdad estoy sacándole todo el jugo a la experiencia laboral y vital que se me abre. ¿Acaso hay que vivir cada día sacándole el jugo al máximo a cada experiencia? Me genera un poco de estrés pensarlo, fíjate… Si además, yo, esté donde esté, sobre todo de un tiempo a esta parte, como te digo, siempre hago lo mismo (da igual el escenario que pongas) con matices de localización, obviamente (en zonas de playa, puedo mojarme en el mar… en zonas de interior, difícil), me sale el preguntarme, realmente y con honestidad, ya no lo que es vivir bien, nivel de vida o tópicos similares, sino, simplemente, de qué trata esto de la vida.
Al pensar en las posibilidades que da estar tan alejado de tu casa y con tantos lugares cercanos interesantes que visitar, así como una ciudad y un país abierto a ti, gratis, sin necesidad de invertir tiempo ni ahorros, para poder ver, y darme cuenta de que, cada día, sin importar dónde me encuentre, me levanto al amanecer, trabajo en mi casa, voy al gimnasio, como, descanso, marcho a trabajar, volviendo a casa tarde para tomar una ducha, hablar con la familia y descansar, sin diferencia alguna sea martes o domingo, pienso, ¿estoy desaprovechando mi tiempo? Porque ni siquiera los días libres cambia mucho la película… Sin embargo, disfruto de todo lo que hago y, si hago lo que hago, es porque no deseo hacer otra cosa. Siempre he soñado con tener tiempo sin obligación alguna, despertarme sin reloj, poder comer tranquilo, entrenar a diario, cuidar de mi salud, tener espacio y ganas para la cultura, el aprendizaje, la lectura, la escritura… ¿qué tiene de malo? Nada. Y sin embargo, me lo cuestiono.
Es en ese cuestionamiento en el que emerge la reflexión; es en las dudas donde debe de estar el fruto de todo esto. Por eso lo plasmo aquí, contigo. Quizás la única respuesta sea materializarlo. Con eso baste.
La vida no puede ser tan complicada. Los animales (los que viven en libertad) nos muestran cada día la naturaleza esencial. Lo que supone la vida sin artificios ni condimentos. La sociedad civilizada ha sido una consecuencia de una evolución que, por lo que sea, así se ha dado y hasta aquí nos ha traído. Sin ahondar en los efectos sobre cada uno de nosotros, es obvio que esta organización social es la que rige nuestro funcionamiento porque ha traído más beneficios que perjuicios y nos ha alejado de la incertidumbre para estabilizarnos en la comodidad (de derechos, de libertades, de protección social y física), con todas las ventajas de poder vivir con cierta seguridad de lo que pasará mañana (ponlo entre comillas, pero piensa que un animal salvaje no puede programar demasiado. Poco más que el ahora tiene entre ceja y ceja…). Lo que siento es que se ha ido un poco de las manos.
Para no extenderme mucho, si la comodidad es agradable y nos hace disfrutar de la vida, el exceso de comodidad nos hace frágiles y acaba por generar patologías que nos terminan impidiendo disfrutar en plenitud de la comodidad alcanzada (qué paradoja); a nivel emocional, la infinitud de las comodidades, excedida en estímulos y placeres, nos lleva de la sensación de bienestar a la parálisis por indecisión y a la insatisfacción de no poder alcanzar todo. Quizás por eso nos ahogamos en vasos de agua y llenamos las consultas de psicólogos de angustias y desazones que, desde un punto de vista pragmático, solo se entienden porque no tenemos necesidad de atender a otras cuestiones realmente de peso donde nos juguemos, literalmente, la vida o la muerte.
La idílica vida de los otros que nos muestran las redes sociales puede ser un ejemplo paradigmático. Ojalá estemos llegando al punto de inflexión para que el péndulo vuelva a cambiar el sentido de la marcha. Para invertir este rumbo. Se está tocando fondo (o extremo). Estas cosas, como comentaba al inicio, a mí, particularmente (pese a la práctica diaria, desde hace años ya, de ponerme a mí como referencia de mi vida), meten el dedo en mi llaga a la hora de valorar por qué una vida plena está asociada a un exquisito plato, una puesta de sol idílica, una piel tersa bronceada o una medalla de campeón, cuando hace tiempo me di cuenta de que no era sí; y, a la vez, lo meten de igual maneea a la hora de valorar por qué yo me cuestiono si lo estoy haciendo “bien” en esta experiencia. Si la meditación, si el tiempo conmigo mismo, si el descanso, si la lectura, si el trabajo o si hacerme la comida no son más que suficientes para decir que mi vida es plena; o, simplemente, qué necesidad hay de plenitud en nada.
Ora et labora. Cuando trabajes, trabaja; cuando duermas, duerme; cuando medites, medita. Poner la atención en lo que estoy haciendo es la manera de volver al centro, de tomar conciencia de que no hay nada que hacer, nada que lograr, nada que tener. Ora et labora. Te agradezco poder tener este espacio para darme cuenta de ello compartiéndolo contigo. Quizás sea la manera de hacerme autoterapia, repitiéndomelo a mí mismo a través de estas letras.
La semana que viene volveremos a hablar de fútbol, de competición, de la séptima jornada de la STC Kuwait Premier League 2020-2021. Eso es lo que tocará. Ahora, lo que toca, después de un artículo tan largo, es despedirse.
Que tengas una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
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