Esta semana, a raíz de una de las respuestas de Paco Jémez durante el programa #Fútboldesdecasa del pasado domingo, un colega trajo a colación en redes sociales un artículo de hace tiempo titulado “Las enfermedades del entrenador” (os dejo el enlace para los que aún no hayáis podido leerlo: https://sportcoach.es/enfermedades-del-entrenador/); el artículo, a su vez, nos remitía a una noticia de Los Angeles Time titulada NBA’s scary secret: Job stress is destroying the health of some of the best coaches (“Escalofriante secreto de la NBA: el estrés laboral está destrozando la salud de algunos de los mejores entrenadores”). Muy recomendables ambos, por cierto. El caso es que, como te decía, el míster tocó un tema que levantó un interesante debate entre los espectadores del programa.
Hablaba Paco de que este deporte, el fútbol, lleva a los entrenadores a vivir en soledad, a una imposibilidad absoluta de conciliar la vida familiar y laboral, y a vivir experiencias que generan mucho estrés, que afectan a nivel personal de una manera devastadora. Algo para lo que no todo el mundo está preparado. Abierto el debate entre tanta gente interesante, y con esos dos artículos de por medio, he visto la oportunidad de manifestar un modo de enfocarlo que a lo mejor podría ayudar a alguien. Dicen que no hay recetas... Yo no lo veo así. Si yo soy el primero que he copiado a otros, completamente diferentes a mí, y sus ideas me han servido, ¿por qué no? Las sensaciones de Paco las he vivido en carne propia. Y eso que no he sido entrenador principal en el mundo profesional aún. La soledad, la imposibilidad de ir al ritmo de los tuyos, de la gente a la que quieres, la intensidad de un trabajo para el que todo es imprescindible “ya” y la exigencia externa para no fallar nunca es una constante en el deporte que yo he experimentado desde que llegué al profesionalismo.
Como futbolista, mola. Eres el prota, tienes una edad (entre los dieciocho y los treinta) donde el físico te da para lo que quieras, todo el mundo te da jabón y es difícil que, de entre tantos jugadores, seas tú el foco de la ira de alguien por mucho tiempo. Al final, las responsabilidades se diluyen… Y, económicamente, pues esto es un trabajo, estás muy bien pagado. Un trabajo, por otra parte, que es un juego, y para el que te ponen los medios necesarios para que tu desempeño pueda ser el mejor sin condicionantes externos (terrenos de juego en óptimas condiciones, balones de ensueño, profesionales a tu servicio, entrenamientos preparados para tu mejora, listos para llevarlos a cabo, ropa, cuidado de tu salud…). Tú solo tienes que ejecutar. Por eso es la parte difícil de todo esto, la que todos quieren, está al alcance de unos pocos, elegidos, y se paga bien, ¿no? (obvio lesiones y aspectos negativos del fútbol, que siempre puedes encontrarlos. Hablamos de que de un millón que empiezan, llegan doscientos cincuenta. Y los que no han llegado, anhelando haberlo hecho).
Como entrenador, evidentemente, es otra historia. Aunque también está al alcance de pocos. Para que ese jugador del que hablábamos tenga lo necesario para ocuparse solo de empezar a jugar, decenas de personas (cientos si hablamos del contexto más allá del cuerpo técnico) trabajan cada día en horarios de personas normales, de cuarenta horas semanales (mínimo). Y el máximo responsable de todos es el entrenador: si se pierde, si no se juega bien, si hay lesiones, si no hay canteranos, si los hay, si los nuevos no rinden, si… Y es el primero que sale cuando hay problemas. Pero esto, que está más que aceptado, no es el núcleo del asunto. Es el impacto que genera eso y la preparación para aceptar el foco en la cara cada día, veinticuatro horas, lo que genera que la profesión del entrenador sea una trituradora personal (gracias, Sergio).
En la búsqueda de soluciones, y al ver que la apisonadora del profesionalismo me pillaba con los cordones desatados, tras una experiencia personal dolorosa, decidí que si quería dedicarme a esto no podía dejar que el contexto me machacara a cambio de conseguir mi sueño de trabajar en Primera. Al principio, por conseguir esa meta, aposté todo y perdí mucho. Recuperable, es cierto, pero desde otro prisma y tras una travesía del desierto dolorosa. Muy dolorosa. Por eso, si bien acepté un tiempo esa realidad y, viendo que iba a der muy dura, busqué alternativas (pero con la maldita idea en la cabeza de la trituradora), con el tiempo he trascendido eso y me encuentro en un punto diferente: en el de que el fútbol sea lo que yo quiera que sea. Yo no puedo cambiar el fútbol, es obvio, y los horarios, la presión del entorno, los medios, los resultados… todo, será igual, si es que no cambia por otros motivos (pinta no tiene), pero yo sí puedo manejar cómo vivo lo que el fútbol me pone delante.
La enfermedad del entrenador está “mal” por defecto (uso mal para enfatizar lo que expreso. Suelo insistir en que para mí no hay cosas buenas o malas). Si mi prioridad, a mis treinta y ocho años, es mi salud, no puedo aceptar que un trabajo me la quite. Respeto lo que hagan los demás (si es respetable). Yo cuento mi película. Y mi película es sencilla: si yo tengo salud, voy a ser el mejor entrenador que puedo llegar a ser. Esto es todo amigo…
Continuamos en el siguiente post...
https://www.daviddonigalara.com/post/la-salud-del-entrenador-ii
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