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Foto del escritorDavid Doniga Lara

La toma de decisiones

Esto del #fútboldesdecasa está generando (como no podía ser de otra manera) multitud de sinergias, reflexiones en todas las direcciones, intercambios de información y crecimiento mutuo. Entre tú y yo. Entre los que están al otro lado de la pantalla y un servidor. Entre todos: me consta. Hace una semana, en el ratito de conversación con Aitor van den Brule, Fran Escribá y Mere Hermoso, quedaron en el tintero algunas preguntas que, como viene siendo habitual, no da tiempo a poner sobre la mesa en directo. En aras de echar una mano a los que las remitieron, entre ellos los propios Fran y Mere, dediqué un ratito a responderlas. Y una, en concreto, se planteó como interesante para compartir con los que nos ven en el canal de Youtube, para compartirla contigo: la toma de decisiones, su importancia en el juego.


Tengo la sensación de que ese concepto está entendido de muchas maneras diferentes en el fútbol. Obviamente, cada uno tenemos en la cabeza una forma de entender la realidad, pero, pese a que nos apoyemos en los estudios de la ciencia y en el empirismo, y que aún quede mucho por descifrar y refutar con respecto a lo que ahora sabemos del cerebro, siento importante que giremos en torno a algunas “certezas”. Y esas certezas nos las da la neurociencia. Ya sabes lo que pienso de las certezas. Sin embargo aquí, aceptando que la ciencia va a seguir dándonos información sobre cómo aprendemos, cómo nos comunicamos (como percibimos la realidad, cómo la procesamos y cómo la transmitimos), parece sensato apoyarnos en lo conocido hasta ahora para aplicarlo en nuestra labor con el jugador. Y también en el día a día (nos servirá de entreno). Por eso, lo importante, en mi opinión, antes de entrar en su importancia en el juego, es saber cómo se toman esas decisiones en base al funcionamiento del sistema nervioso central. Si aprendemos el funcionamiento del cerebro y cómo se da el proceso diario, 24 horas al día, consciente e inconsciente, de toma de decisiones, podremos ayudar al de al lado facilitando los procesos de entrenamiento y aprendizaje. Si no, estaremos creyendo que hacemos algo útil cuando, seguramente, no estemos aportando mucho valor.


La toma de decisiones se da mientras dormimos, al levantarse y en todo momento. La mayoría de los estímulos que recibimos constantemente del entorno son captados en primer lugar, de manera inconsciente, a través de las partes más primitivas del cerebro (límbico y reptiliano según la teoría del los tres cerebros); esa mayor parte de información, que de manera automática se guarda o se borra, se marca o se aparta, queda ahí, en el inconsciente, para cuando pueda ser útil. Nosotros, de manera consciente, podemos focalizar la atención en lo que queramos, en cualquier momento (alguna tarea cotidiana, por poner un ejemplo), pero la capacidad para mantener el foco en algo mucho tiempo es limitada, aunque entrenable. Pensemos en lavar nuestros dientes: si cepillamos con atención plena seremos conscientes del cepillado en sí pero dejaremos de atender a lo demás; el inconsciente está trabajando por ti pero es difícil que recuperes lo que ha pasado durante el proceso (no recordarás lo que ha dicho la televisión). Tu atención estaba en cepillarte. En su búsqueda de ahorro energético, el cerebro tiende a trabajar en automático (por eso cuando nos concentramos en algo mucho tiempo nos duele la cabeza. Piensa en un estudio concienzudo de algo con memorización de conceptos). La exigencia energética de la atención plena es altísima, pero permite guardar información, aprender, recordar; en contraprestación, lo automático es lo que dirige, por lo general, y son conductas repetidas tantas veces que salen solas (conexiones neurales con itinerarios marcados millones de veces). Los automatismos, como cepillarse los dientes (todos lo podemos hacer sin pensar) permite, por otra parte, que podamos hacer algo como ver la tele, escuchar la radio o buscar ropa en un armario sin atender al cepillado pues, como decimos, este está más que automatizado: se hace de manera inconsciente con efectividad; lo inconsciente, pues, es un ordenador cuántico, eficiente y de una potencia infinita; lo consciente, sin embargo, es un Spectrum de 64K que exige mucho gasto y el rendimiento es efectivo pero muy poco eficiente.


Es mi sensación, corrígeme si no es la tuya (se aceptan opiniones), pero siento que tenemos la fantasía de que decidimos lo que queremos hacer cuando, en realidad, estamos condicionados por millones de informaciones inconscientes que nos hacen elegir si me levanto o no de la cama, o si cojo el mando de la televisión en lugar de tomar un libro, la mayor parte del tiempo. La clave, sobre todo para el deporte, es conocer esto para tomar conciencia de todo lo que hago de manera inconsciente (rutinas, habilidades técnicas, movimientos, respuestas al error o al acierto) y, al darnos cuenta, hacernos dueños de nosotros mismos. Te recomiendo leer a Antonio Damasio. Puedes empezar con El error de Descartes.


Puedo ponerte un ejemplo para el fútbol que ilustre esta reducción que estoy haciendo, en unas líneas, de algo de tal complejidad (disculpas por adelantado a Damasio, a Heynes, a Frade, Paco, Natalia o Carlota, más específicamente: espero ayudar más que enredar): un jugador siempre recibe el balón de espaldas y tú quieres que lo reciba perfilado. Recibe de espaldas por hábito, sin pensar, porque lo ha repetido millones de veces. Por eso, no por el hecho de que se lo digas muchas veces, él no lo va a dejar de hacer; si quieres que ese jugador reciba perfilado (de cara a portería, rival o de lado, como decidas), lo primero que has de hacer será hacerle consciente de ello. De lo que hace. Es decir, conseguir que se dé cuenta de que hace lo que hace; una vez se dé cuenta, cuando tenga otra oportunidad de hacer eso de lo que ya ha tomado conciencia, tendrá que poner en práctica la nueva manera planteada de recibir el balón. Constantemente, conscientemente. Sus conexiones neurales, muy instauradas, harán que repita una y otra vez ese apoyo de espaldas si nos dejamos llevar, si no lo hacemos conscientete. Pero si cada día, en cada entreno, planteas situaciones que hagan que eso se repita para que, de inicio a fin, provoquen que reciba perfilado, muchas veces por entreno, muchas veces conscientemente (habrá vueltas al hábito anterior hasta que se instaure el nuevo), con el paso del tiempo, esa repetición irá creando nuevas conexiones que supeditarán las anteriores y, tras miles (cientos o millones, no lo sé) de repeticiones, lo que saldrá de manera instintiva será el recibir el balón como le hemos planteado. Pasará a ser como el “cepillado de dientes”, y así podrá hacer otras cosas (procesar otros cientos de decisiones y percepciones automáticas) a la vez sin que eso interfiera en el nuevo hábito instaurado (prueba a lavar los dientes con la mano contraria, siguiendo con la imagen del cepillo de dientes. Al principio tendrás que pensarlo pero, cuando lo repitas una y otra vez, aparte de poder elegir con qué mano te lavas, puede que incluso automáticamente cojas el cepillo con la contraria de tanto repetirlo). Dicen los expertos que crear un nuevo hábito requiere repetición consciente, pero que para cambiar un hábito es necesario poner otro en su lugar. Dale una vuelta…


Parece que el tema que te traigo se ha empeñado, durante toda la semana, en ser el protagonista de la entrada del blog de hoy. Si ya Mere me lo había propuesto el domingo pasado, estos días se han producido un par de serendipias que, como las ocasiones en el fútbol, hay que aprovecharlas cuando nos caen. Leyendo Homo Deus, el segundo libro de la trilogía de Yuval Noah Harari, famosa por Sapiens, me topé con las páginas donde hablaba de la respuesta de los animales y del propio Sapiens ante los estímulos del medio. Toma de decisiones; hoy, sábado, día que escribo estas líneas, escucho, en una conferencia a la que me he inscrito, a Mariano Alameda hablar de la metáfora del elefante y el niño- jinete que lo monta, donde el elefante representa a las emociones y el niño a la razón. Termino con esto: pocas imágenes más ilustradoras puede haber de la fuerza de las emociones en la toma de decisiones y de la necesidad de entender esa potencia para que la parte racional pueda apaciguarla. La toma de conciencia de esto es ya un paso de gigante a la hora de desenvolvernos en la vida (y en el fútbol); el aceptar que las emociones son indomables, y que van “a su bola,” es el siguiente paso para no acabar perdiendo la razón intentando manejar algo que tiene un origen propio, que no creamos nosotros, que aparece sin que lo decidamos y que tenemos que dejar que se exprese sin juicio y con aceptación; y el último (pero que no tiene fin), no menos importante paso, es la práctica diaria dándonos cuenta de cómo actúan jinete y elefante. Eso nos permitirá observar esas tomas de decisiones que nos han traído hasta aquí hoy, para manejarlas cuando podamos anticiparnos (y jugar con ellas como hemos planteado en la práctica), o para percibir desde dónde se toman y para qué se toman y, así, aunque no podamos elegir nosotros cómo actuar siempre, aprender de ello para que en la próxima, con la experiencia y los resultados obtenidos, esas gestiones inconscientes puedan hacerse conscientes para que en sucesivas ocasiones no permitamos al elefante arrasar por la cacharrería.


En resumen, espero que haya quedado clara la idea de que la mayoría de las decisiones no las tomamos de manera consciente, que las emociones y lo inconsciente nos dirigen (aunque le pese a la razón, imprescindible igualmente como filtro, algo que nos diferencia de los animales, sin duda, pero para nada como nos han enseñado en el colegio) y que en el rendimiento (deportivo, escolar o de la índole que sea) es necesario hacer de una conducta buscada, por eficaz y efectiva, un hábito, a través de la repetición consciente. Y que la cabeza (tu cerebro, tu sistema nervioso central, tu mente) son muy profesionales, trabajan sin ayuda de nadie y no necesitan que les achuches dándole mil vueltas a las cosas. Lo de “pensarlo con la almohada” no significa que te metas en la cama a pensar con los ojos cerrados; significa que te puedes dormir tranquilo confiando en que tu ser (tu conciencia, tu cabeza, tu doble) lo va a resolver automáticamente porque tiene toda la información para ello (aunque no te hayas dado cuenta de que ya la había guardado). Duérmete, descansa, y así estarás fresco para ejecutar las decisiones que te ha preparado el que está trabajando para ti.


Aparte de las recomendaciones de autores, te dejo varios enlaces a vídeos que te explicarán mejor que yo todo esto que nos ocupa.

https://www.youtube.com/watch?v=HwffUcpTX_Y

https://www.youtube.com/watch?v=9X68dm92HVI


Que tengas una feliz semana.


Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol

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