La primavera duró lo que ha tardado en llegar el verano. Y si, en ella, el fútbol desde casa ha sido la tónica, el comienzo del estío no parece diferir en demasía de lo que fue la estación en la que, habitualmente, y este año más que nunca (demos gracias al señor… pero al señor que nos confinó), los vientos, las lluvias y los soles se arremolinan, al son de la naturaleza, para abrir las flores y cambiar las hojas secas y un techo de nubes por el verde pasto y el azul cielo.
La estación en la que paró el tren del fútbol, no la meteorológica con la que he abierto la perorata, dio ya la orden al maquinista de reanudar el viaje, como no podía ser de otra manera. Pero en el recorrido de la formación de entrenadores, ya fuera de manera autodidacta o a través de los diferentes cursos de entrenador de las escuelas federativas o privadas, no se ha parado en apeadero alguno. La continuidad otorgada por la proliferación de aplicaciones online ha permitido seguir con los cursos, con la adaptación a una teleenseñanza que nos ha tocado asimilar, eso sí, de cero a cien de un día para otro (la adaptación es al entrenador como el oxígeno a la vida). No ha habido parón. Yo, que me acabo de incorporar a dar clase como profesor en uno de los cursos de una de estas escuelas, al no poder dar clase presencial, me encuentro, aunque en otro contexto, con el día a día del que he sido protagonista durante los últimos cien días. La vida sigue igual, aunque todo ha cambiado completamente. Nuevos tiempos para la didáctica.
Llevo seis años y seis meses de dedicación exclusiva al fútbol profesional. Mucho, o muy poco. Depende de quién lo interprete; depende que cómo se interprete. Antes del profesionalismo, ya había dado clase como profesor. Mi especialización en INEF en educación, paralela a la de alto rendimiento deportivo, me habilitaba como tal (hice prácticas en secundaria para obtener la capacitación y oposité en su momento. No era mi pasión. No pintaba nada en un aula de instituto…). Antes de partir a Bolivia, en 2013, di clases de nivel 3 en el curso de entrenador y, al volver de aquella experiencia, en 2014, repetí labor. Me gustó. De las primeras salieron mis dos primeros libros; de las segundas, más experiencia. Aprendizaje. Me veía fuerte, con capacidad para, después de haber tocado el profesionalismo (no más de tres meses, pero profesionalismo al fin y al cabo) transmitir teoría y práctica a aquellos alumnos ávidos de conocimiento y anécdotas reales del fútbol de élite. Y es curioso pues, en la primera ocasión, habiendo entrenado solo en categorías regionales, base y Segunda División B, recuerdo haber enfocado las clases con más “seguridad”, con más certezas…
En los últimos tiempos, y cada vez con más fuerza, me da credibilidad la práctica sobre la teoría; el que es ejemplo sobre el que ha estudiado muchos ejemplos; el que muestra su verdad frente al que establece causa efecto sobre una estadística, sobre una correlación. ¿Para qué hablar de algo que no he experimentado pudiendo hacer empirismo y ciencia sobre algo que conozco sobradamente en la práctica? Eso pienso… y por ello me siento autorizado para hablar de fútbol a un grupo de personas que me quieren escuchar; con las clases, pese a esa percepción de autoridad que yo mismo me otorgo, es diferente: cuanta más experiencia y sabiduría, menos sensación de que pueda transmitirles hechos, verdades, ideas universales, ciencia (ya sea desde el método científico o cualquier otro método experimental). Solo un afianzamiento de mi infinita ignorancia, reforzada por aquellas cosas de las que ahora tomo conciencia de que, en algún momento, me parecieron ciertas cuando ahora no puedo defenderlas. ¿Qué será de aquello con lo que ahora siento más identificación, en un futuro?
La autoexigencia de otorgar al alumno el valor que me merece, certificado de calidad que me concedo yo mismo, me obliga a prepararme cada clase como si fuera yo el alumno (no invento nada, no voy por ahí). A la preparación de cualquier profesor ante su asignatura, planificación, organización y actualización de los contenidos, le imprimo la idea del “como si” y me pongo en el pupitre antes de subirme a la tarima. Y, te lo aseguro, por mucho que maneje el contenido, por mucho que lo haya estudiado siete veces (la carrera, los cursos de entrenador, las lecturas y videos autodidactas, los repasos ante cada nueva temporada), cada punto de los que trato de transmitir al alumnado en cada clase me abre la sensación de que no tengo ni idea de casi nada… Cada concepto, cada idea, cada estudio, me abre, tanto cuando los preparo como cuando los expongo, la posibilidad de que otros conceptos, ideas o estudios tengan validez para una misma realidad y la infinitud del conocimiento me sume en una inundación intelectual, la cual, afortunadamente, no me paraliza por análisis: solo eso, me inunda, y yo saco la cabeza; y, pudiendo respirar, me acepto en mi desconocimiento y asumo mi pequeñez.
Nos apoyamos en certezas que son mera fantasía. Esa fantasía que llena el vaso de la seguridad para que podamos vivir tranquilos, como si controláramos todo, como si las cosas tuvieran una explicación. Cuando afirmo que esto o aquello es así o asá, entro en conflicto conmigo mismo y mi conciencia me recuerda que, a lo mejor, es necesario que apostille mis aseveraciones con un “o no” por aquí, un “esto es solo una idea" por allá, o un “ si lo vemos desde un punto de vista determinado” por el otro lado, para evitar, en último término, confundir a nadie: no hay una verdad absoluta en casi nada. Y para ese casi nada, si es que se puede corroborar, no hay razón por la cual no pensar que no haya opciones de que sea de otra manera.
Mi experiencia práctica, lo que yo he puesto en funcionamiento, en base a esa teoría estudiada, mi trabajo de años de leer y memorizar, reflexionar y aprender, mi bagaje y mi intuición, es lo que más valor tiene. No porque sea acertado, sino porque es. Podrá haber dado unos resultados u otros pero, ser, es. Se trata de la valentía de alguien a haber puesto a disposición de los demás una forma de hacer algo con la intención de ayudar a ser mejor; de que se ha “mojado”, de que ha asumido un riesgo; de que ha tomado una decisión y ha apechugado con sus consecuencias, sean las que sean. Unas consecuencias que, más veces que menos, han dolido; y, más veces que menos, en el dolor, ha habido mayor aprendizaje que en la alegría. Por eso, sobre todo, pienso que el que comparte una experiencia y se expone ante los demás (si es que cumple, al menos, los criterios en los que nos apoyamos para, por ejemplo, en este caso, dar clase –aunque estos criterios también sean ficticios, arbitrarios, y podrían ser otros distintos-) tiene per se autoridad para comunicar eso a un grupo de pupilos y el derecho al privilegio y al honor de ser escuchado (porque no lo olvidemos: el que alguien te escuche -y te quiera escuchar- es un privilegio y un honor).
El fútbol podrá ser un sistema complejo y nosotros también, aunque seamos incapaces de expresarnos de una manera no lineal; los métodos de entrenamiento podrán servir o no para los deportes de equipo, vengan de los deportes individuales o sean adaptaciones de los mismos a la realidad del fútbol; nos podrá gustar más Frade o Seirulo, lo global o lo analítico, y podremos pensar que, si no se corre, no se puede jugar al fútbol. Podremos posicionarnos, tras mucho estudio, a la sombra de la teoría que queramos, pero cuanto más me adentro en cada una, más me cuesta rodearme de certezas sobre la misma y menos seguro me siento de que las otras teorías no tengan más sentido que aquella en la que me cobijo.
La aceptación, una vez más, me da que va a ser la habilidad que me ayude en este tránsito. Buscando la seguridad solo encuentro dudas. El vaso que llené de fantasía para quedarme tranquilo, o está roto, o tiene un agujero, porque nunca logro que se mantenga con el mismo volumen durante mucho tiempo.
Si la fantasía no me aporta seguridad, y la realidad depende de las gafas del que mira, quizás tengamos que asumir la dictadura de la inseguridad en esta vida incierta y, con nuestra experiencia, evolucionar, crecer y aprender; y, con la que nos comparten los demás, inspirarnos, "espejarnos" y motivarnos a accionar las palancas que nos mueven con la única certeza de que nada es cierto. Y disfrutar. Sobre todo, disfrutar del camino.
Que tengas una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
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