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Foto del escritorDavid Doniga Lara

Lo primero es el equipo. ¿En serio?

Lo primero es el individuo. El ser humano que juega al fútbol. El jugador. La proliferación de mensajes en sentido opuesto, en mi opinión, por un concepto mal entendido (por lo que resultan mal expresados), llena las redes sociales y los medios de comunicación de peroratas incoherentes y faltas de sentido al calor de la corrección política que fomenta la desaparición del individuo como protagonista del juego. Lemas como “primero nosotros”, “el equipo sobre todas las cosas”, “el grupo delante de mí” o “lo primero es el equipo” lucen emotivamente dejándose la realidad a un lado: el jugador es un ser humano que quiere lo mejor para sí mismo por encima de todo. Eso es lo que le mueve. Mero instinto de supervivencia. Naturaleza en estado puro. Tanto racionalismo apoyado en una lógica ajena a lo que en verdad sucede en nuestras cabezas liquida con su relato ficticio una realidad aplastante. Y es el entrenador el que tiene que afrontar este conflicto. Por eso te vengo a exponer hoy esta reflexión.

Un equipo está compuesto de individuos. Cada uno con sus necesidades. Si vamos al instinto primario de supervivencia, lo entenderemos mejor. Cubrir las necesidades básicas para sobrevivir es lo que más moviliza la energía de un ser humano en pos de conseguir su objetivo. La evolución apoyada en grupos, en principio pequeños, cuya protección y cooperación agilizaba la consecución de comida, agua o cobijo no oculta que el impulso esencial para cada uno de sus miembros era la necesidad de cubrir esas demandas primarias. Si no hay hambre, sed o peligro, el individuo no se mueve. Y si no se mueve el individuo, el grupo tampoco. No se trata de qué fue primero, si el huevo o la gallina. Está claro: el grupo puede tirar de un individuo de manera puntual pero lo que mueve al grupo es el impulso de cada individuo. Y, en el fútbol, no puede ser de otra manera.


Actualmente, la prostitución de este mensaje para potenciar el trabajo del conjunto nos coloca en un escenario donde parece que el jugador es un obrero sin personalidad que está al servicio de un colectivo que le anula, diluyendo su ego dentro de un todo que, además, tiene que aceptar sin rechistar porque es más importante que él. Anular al individuo… ¡Qué disparate! ¡Funcionamos completamente al revés!

No hay duda de que cada uno de nosotros somos diferentes. Pese a funcionar biológicamente como sistemas complejos con los mismos órganos y una obtención de energía de las mismas fuentes, con los mismos procesos, la ciencia y la práctica nos confirman que los comportamientos sociales de los individuos, influidos de manera multifactorial por la genética y el medio, son dispares y albergan personalidades que se sienten cómodas siendo directoras y siendo dirigidas, siendo gregarias y protagonistas; en el frente y en la retaguardia. Diferentes actitudes ante la realidad pero con un común denominador: obtener lo mejor para sí mismas. Sobrevivir. Por encima del resto. Por encima de todo.

Confusión: hacer desaparecer las necesidades individuales en pos del éxito del grupo; realidad: consigue que cada jugador obtenga lo que necesita para su éxito personal y eso redundará en el grupo. Entender que si al grupo le va bien, le irá bien a él, es diametralmente opuesto a hacer que el individuo se someta a perder su personalidad dentro de un colectivo donde no se siente protagonista. Y aquí llego al núcleo de esta disertación: hacerle protagonista. No desde el banquillo, o desde la grada, o desde un rol secundario. ¿Quién quiere ser protagonista del juego sin jugar? Entender que hay titulares y suplentes no implica tener que ser protagonista sin jugar. La única manera de hacer protagonista del juego a un jugador es dándole espacio en el juego: poniéndole a jugar. ¿Dónde está el problema? ¿Cuándo se nos ha olvidado a los entrenadores que lo que nos gusta como jugadores es jugar?


El equipo es un sistema complejo formado por sistemas complejos. No pretenderías que la respuesta a este problema tuviera una solución simple, ¿verdad? Sencilla tampoco es, pero podemos hacerlo sencillo. Debemos entender los factores que intervienen en el rendimiento para conseguir encauzarlo de manera que nos acerque a una organización eficaz, sobre todo, y, si puede ser, eficiente. La dicotomía entre equipo y jugador es simplista e injusta. Se aleja de la realidad y confunde, como si grupo e individuo fueran conceptos opuestos, cuando el grupo lo forman los individuos. Para que un jugador dé su máximo rendimiento al grupo debemos conocer sus intereses, dónde se desempeña de manera óptima, sus deseos, sus pasiones…; entrenar con todos de manera equitativa dentro de la organización que marquemos para el juego y que estén en condiciones de competir en todo momento es vital para que sientan que pueden tener participación y que nos muestren lo que pueden dar desde su posición, desde su lugar de intervención en el juego; y ponerles a jugar se antoja vital. Si todos tienen un ratio de minutos mínimo para poder luchar por su puesto entrenarán con motivación para conseguirlo y harán lo que esté en sus manos en competición. De ahí, nosotros, como técnicos, elegiremos a los que den mayor rendimiento. Que gane el mejor. Y, a la vez, daremos pie a que entren y salgan del once jugadores aunque no sea el mejor momento para que eso les ayude a igualar el ritmo de compañeros y la estabilidad emocional de sentirse parte del todo. Esa es una labor del entrenador.


¡Qué fácil es jugar con los mismos, siempre, cambiarlos solo cuando es inevitable, y pedir a los demás que den el cien por cien en entrenos y animen al grupo en la competición! ¡Pedir! ¡Quitar el foco de mi responsabilidad y cargarla sobre ellos!: “Es que no piensa en el grupo”; “es que solo le preocupa tener su cuota de participación”; “ es que no entiende su rol”; es que, es que, es que… Todo para evitar enfrentarse a la dificultad que entraña gestionar el día a día de veintitantos individuos con sus egos, sus necesidades, sus anhelos, sus sueños, sus entornos, en donde todos quieren jugar y no hay sitio para tantos. Bienvenido al trabajo del entrenador. En el techo hay sitio.

Que los jugadores que no jueguen tengan buena cara, que los no convocados asistan a sus compañeros o que los entrenamientos tengan un ritmo alto cada día depende, en gran medida, del entrenador. Las responsabilidades, en la vida, se reparten, y es obvio que no es solo el técnico el que debe cargar con el cien por cien de las mismas en el día a día. Solo transmito que la cuota de responsabilidad que me toca, yo, la asumo. Con todas las consecuencias. El trato respetuoso, la comunicación, la empatía, la justicia, la sinceridad y la organización más profesional del entrenamiento y el trabajo diario son factores que puedo manejar en pos de generar un entorno donde el futbolista acepte su realidad, tanto cuando juegue más como cuando juegue menos. Pero solo si juega. ¿Cómo le voy a pedir compromiso a un jugador al que tengo fuera de la competición desde hace semanas o meses?

Un mensaje tópico así, como es este sobre el que estoy disertando, pierde sentido de tanto repetirse. Hay que revisar lo que queremos decir. Debemos ser más pulcros en el lenguaje y cuidadosos a la hora de enarbolar banderas mediáticas cuando, con un poco de análisis, somos capaces de echarlas abajo. Yo, como entrenador, debo asumir la responsabilidad de por qué no está jugando un jugador y hacer por que tenga mayor participación. Eso llevará a que estén comprometidos. Y no al revés.


En este mundo del fútbol al aficionado no hay que pedirle cosas. Es soberano y quiere divertirse. Debemos preparar al equipo para que rinda y gane. Hay que darle cosas; al jugador, de igual manera, no hay que pedirle que esté con el grupo por encima de todo. Tiene sus necesidades, sus proyectos, sus miedos. En su contrato tiene obligaciones y derechos. Se le supone un compromiso mínimo. Conocer la implicación emocional que tiene el día a día en el juego nos debe hacer entender que ese compromiso puede verse afectado, y ahí es donde adquiere importancia nuestra intervención. Seguro que si a todos les hacemos partícipes, y eso solo se hace poniéndoles a jugar, estarán comprometidos.


El equipo funcionará mejor con individuos que se sientan importantes; y, de esa manera, el beneficio del equipo redundará en el beneficio de cada individuo. Igualmente, en un entorno como este, los que no participen de manera puntual estarán implicados en el objetivo colectivo. Así sí. Hagamos que se sientan importantes.


Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol

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