Di Stefano, Pelé, Cruyff y Maradona: cuando yo nací, estos eran los cuatro grandes, aunque entonces no fuera aún consciente de ello. En el fin de semana de Reyes, la entrada de hoy debe ser para ellos, para los reyes… del fútbol.
Mis primeros recuerdos de fútbol son, inevitablemente, no antes del Mundial del ochenta y seis. Si bien mi padre grababa los resúmenes de los domingos de los partidos de liga del Real Madrid que ofrecía Estudio Estadio desde principios de los ochenta, mi incapacidad física para abrir el vídeo Beta, introducir la cinta y darle al play me impidió ver el fútbol en aquella Elbe en color y disfrutar de ellos hasta cerca del ochenta y cinco o el ochenta y seis, en el preludio del Mundial de México, cuando mis habilidades motrices finas comenzaron a abrirme un universo de posibilidades tecnológicas. En directo y en diferido, Maradona me deslumbró; Butragueño, también. El Buitre había volado sobre París en el ochenta y cuatro pero de eso sería consciente mucho después. Estos años de descubrimiento constante suponían para mí una realidad paradójica, muchas veces circular, en un rewind y fast-forward a menudo desequilibrante en mi pequeña cabecita preescolar.
Las enciclopedias adornaban los salones de las casas en aquellas décadas de finales de siglo. En una vida sometida a la dictadura de la inmediatez no podrán imaginar los chicos de hoy en día que nuestro conocimiento intelectual tuviera tanto apoyo en aquellos enormes tomos (agrupados en bloques de diez, veinte o incluso treinta unidades) donde se concentraba todo tipo de saberes en un auténtico elogio a la lentitud, a la sencillez, a la atención, a lo manual. Desde un diccionario de la lengua española de la RAE hasta un recetario de comida, pasando por Plantas del mundo o Las grandes maravillas de la humanidad: cabía todo lo que puedas imaginar. En mi casa, una de mis lecturas más precoces fue la Enciclopedia Mundial del Fútbol. Me sabía de memoria todos los mundiales jugados hasta la fecha, países organizadores, participantes, años de celebración, balones oficiales y estadios; y, cómo no, los mejores jugadores (y todo tipo de detalles: goles, pases, camisetas, celebraciones, anécdotas…). Pelé, entonces (El Diego se consagraría con su primer y único Mundial aquel año de referencia; Pelé había ganado tres), era el rey. O Rei.
Yo no he visto jugar a Pelé; a Di Stefano y a Cruyff tampoco (sí he visto entrenar a ambos). He tenido la suerte de ver a Maradona en vivo. No puedo comparar. No puedo hablar de rendimiento por lo que yo he visto. Solo puedo hablar de números. Y, los números, descontextualizados, no se pueden utilizar para comparar a los cuatro mejores jugadores que dio el siglo XX desde el punto de vista del juego; un siglo, este, quizás, en el que por vez primera se pudo empezar a evaluar el fútbol puesto que su creación en el XIX no llegó a ver tan grandes competiciones como las que se asentaron a nivel mundial en el pasado siglo. En mi cabeza están fijadas las imágenes de los remates de don Alfredo, las fintas de O Rei, las tarascadas que le pegaban a Cruyff en carrera y las cabalgadas de Maradona contra el mundo. Puedo decir que he tenido la suerte de ver jugar a uno y disfrutar de ser contemporáneo de los otros tres; y, por desgracia, o por suerte, no lo sé, de haber visto a todos dejarnos con la tristeza de no poder volver a disfrutar más de su presencia. Una presencia que, fuera del propio juego, seguía siendo momento para la admiración y el respeto.
Se han marchado los cuatro grandes. Sin duda, los primeros cuatro grandes. Otro motivo para que la historia nunca se olvide de ellos, puesto que fueron los primeros en ocupar el espacio de privilegio que se le da a los que marcan una época, a los que nos hacen disfrutar con algo que nos emociona, a los que nos sirven de ejemplo para alcanzar esas metas que soñamos alcanzar cuando les vemos de niños. El fútbol sigue y, con él, y más aún después de aprender de mitos como ellos, vendrán más jugadores legendarios, quién sabe si capaces de acercarse a su Olimpo.
Cristiano, Messi o Zidane son ejemplos de jugadores con semilla de dioses del fútbol que el tiempo tendrá que colocar más cerca o más lejos de los pioneros.
Navidad del 2022. Tras un Mundial que consagra a Messi y despide a Cristiano (las dos referencias del actual fútbol mundial y de los últimos veinte años), jugadores que, por esos números de los que hablaba antes, alcanzan registros estratosféricos que rompen todas las estadísticas de todos los tiempos y de todos los grandes, se va Pelé. Y con él, el último de los cuatro primeros mejores jugadores de todos los tiempos que quedaba en vida. Dudo que se les olvide; puede que se les supere (con números en la mano, estos dos monstruos actuales están por encima de todos excepto en los tres Mundiales de Pelé); puede que los que están ya en plena efervescencia (los “Haalands y Mbappés”) arrollen con tantos partidos al año todo lo visto hasta ahora. Quién sabe. De lo que estoy seguro es de que, con el tiempo, como me pasaba a mí, que nací tarde para ver a muchos y solo supe de ellos por las grabaciones o lo que me contaban, los aficionados del futuro más cercano se sentirán más identificados con los contemporáneos a los que vieron jugar, aquellos con lo que disfrutaron. El resto será parte del pasado y generará, como sucede ahora, el debate eterno e irresoluble por las coronas y los tronos hasta el fin de los tiempos.
Descansen en paz, grandes. Gracias por todo.
Que tengas una feliz semana.
Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol
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