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Foto del escritorDavid Doniga Lara

Te quiero, Málaga

Málaga CF: mi casa, mi familia.


Con permiso de Nati (la semana que viene continuaremos con la conversación pendiente), el momento presente exige ponerme frente al papel para expresar algo que duele muy adentro, a la altura del pecho, a mi izquierda (a tu derecha, si me miras de frente), aproximadamente en el entorno de esa víscera llamada corazón, que hoy, como desde hace dos meses, sigue sin recuperar su rojizo color por el azul y blanco de unos colores que me han devuelto la pasión por mi profesión.


Cuatro años en la élite creía haber necesitado para aprender a perder. Cuando pensaba que ya lo había superado, la vida, sabia, me da un bofetón. Cuatro temporadas donde la derrota fue más numerosa que la victoria pero donde los objetivos, aún a veces "subjetivamente", si no se cumplían a nivel deportivo sí que cumplían en mí un proceso donde sentía que tenía que cerrar una puerta para abrir otra nueva. Me volví de Bolivia sin llegar a donde deportivamente nos marcaron pero con la ilusión de la vuelta a casa. La familia esperaba para arropar y ser arropada cuando nos pensábamos lejos durante mucho tiempo; un efímero paso por Emiratos no hacía mella en la ilusión por lo que me esperaba al llegar a España; el mismo equipo que ayer me mató me trajo a la vida en mi debut en la liga de mis sueños de niño. Y conseguir con ellos lo que se nos marcó como meta, cada una de las dos temporadas en las que estuvimos allí, no provocó dolor ni rabia cuando consideraron que era mejor que marcháramos. Disfrutar de otras metas, de otro país, de otro club, enorme en su nación, como era Olympiacos, impedía que la frustración y la rabia superaran a la alegría y la ilusión de vivir algo tan grande: jugar Champions League. Y, sin embargo, sin apenas una ronda disputada, volver a casa antes de tiempo seguía siendo para mí motivo de celebración, con razones siempre para ver la botella llena, ni siquiera a medias, de aprendizaje y experiencias. Nos esperaba el Real Betis y la energía de tamaña institución volvía a prender las llamas de la felicidad rebosante que este deporte nos brinda tantas veces, tan efímera, pero tan potente. Y saliendo victoriosos, objetivamente, y en lo personal, un nuevo final solo era motivo de gozo al volver la vista atrás y valorar lo que se había ganado. Siempre más de lo perdido porque, en realidad, nunca había sentido que hubiera perdido algo. Y esto es lo que me ha dado una estocada "pescocera" al despertarme tras la primera derrota de mi vida deportiva desde que estoy en la élite. Porque hoy sí siento haber perdido.


Desde el 15 de abril tengo una nueva familia. Una nueva ciudad de nacimiento. Un equipo de mi alma. No se puede sentir algo tan profundo en tan poco tiempo. Al menos, nunca había sentido algo así. Y no es amor a primera vista. Ni el cóctel químico de emociones que nos hace perder la cabeza por alguien sin sentido ni razón en un golpe de vista. Es amor. AMOR con mayúsculas. Ese que une. El pegamento universal. Lo que nos hace que sintamos la dicha por compartir algo con alguien, la felicidad por el mero hecho de existir. Y es que lo veía venir... El día en que La Rosaleda despedía con aplausos a sus jugadores después de perder con el RCD Mallorca percibí que aquí pasaba algo diferente. La relación fraternal, sincera, de cariño limpio de jugadores, técnicos y trabajadores era, desde el primer minuto, algo real para mí. Lo notaba en mi piel. Sin embargo, no dejaba de ser algo que tú, aficionado, que llevas al Málaga CF en la sangre, que transmites en tu información genética a tus descendientes este sentimiento, no puedes percibir por no estar dentro, en la dinámica diaria, pero que ya te cuento yo: créeme. Y ayer, se confirmó.


En estos años he aprendido a transcender los sinsabores del fútbol, a pasar por las situaciones de derrota, evidentemente más numerosas que las de victoria, con profesionalidad y serenidad, transmitiendo firmeza, tranquilidad. Cada vez con menos aspavientos, cada vez con más contención de rabia e ira, sin tristeza aparente, dándole a la lógica interna del fútbol la explicación racional de algo que creía superado: el dolor por la pérdida. Y debe ser que, hasta ahora, nunca me había "enamorado futbolísticamente". Ayer, sobre el terreno de juego, nada más sufrir la eliminación del playoff, la mezcla de rabia por ser superado por un equipo al que te has sentido superior, el dolor por ver la circunstancias que me han dejado fuera del ascenso de mi vida, la impotencia por no poder hacer nada por cambiar la realidad, y la tristeza, por supuesto, se mitigan cuando miles de aficionados nos piden que no solo no nos vayamos del campo, sino que escuchemos lo que nos tienen que decir: que nos quieren, que van a estar ahí en la salud y en la enfermedad, que están orgullosos de nosotros, que nos quedemos para volver a intentarlo. Joder. No puedes imaginar la sensación de sentirte parte del algo tan grande. Con la responsabilidad de nuestro puesto de trabajo, y las emociones a flor de piel, costando mucho retener las lágrimas, pues no he vivido en el deporte situación más maravillosa, acompañar a los protagonistas del juego, los jugadores, en su desconsuelo, fue nuestra labor hasta que todos y cada uno abandonaran el estadio camino a su casa. Y ahí, desde nuestra posición, ponerle freno a las emociones era necesario para que los chicos tuvieran un hombro donde llorar, unos brazos donde soltar la energía acumulada, unas orejas para desahogar su rabia, su frustración o lo que fuera que necesitaran desahogar. Pero hoy, al despertar, el desconsuelo era mío.


Es la primera vez que siento que pierdo algo en fútbol. Yo me las prometía muy felices con mi evolución personal y profesional, con mi capacidad para trascender los vértices del tiempo que el fútbol llena de alegrías y tristezas. Pobre iluso. La mañana, al despertar, ha metido en mi cama el miedo, la rabia, la impotencia y la ira que ayer contuve. Ese sentimiento tan humano de lamentar lo que pudo ser y no fue me pone de nuevo en la realidad mundana de no aceptar lo que ha pasado. De la rabia por que las cosas no sean como uno había soñado. Las dichosas expectativas. El ascenso directo; subir en un playoff, mal menor; la fiesta del ascenso; devolver al Málaga CF a donde se merece estar. Todo se ha desvanecido. Se ha esfumado. Ya no podrá ser. Al menos, esta temporada que recién finaliza.


Tú, aficionado, con tu apoyo, con tu aliento, con tu compañía en la victoria y en la derrota, me has hecho sentirme parte de esto, me has adoptado para siempre con tu corazón malaguista, y yo, como un niño, me he apegado al sentimiento. Y, ese niño, ahora, no quiere soltar. Está temeroso de perder eso que antes del 15 de abril no tenía y que ahora no entiende cómo se puede vivir sin él. En la tristeza de mi primera derrota verdadera, en la primera vez que en fútbol profesional siento la pérdida de algo, en ese luto, me encuentro esta mañana de domingo. Redactar estas líneas me ayuda a vaciar de lágrimas el alma y a llenar de esperanza el corazón. Estar en el mismo lugar en el que estaba hace dos meses es real pero, ahora, estando todo igual, todo ha cambiado. Gracias a esta ciudad por su acogida. Gracias a esta afición por su amor incondicional. Gracias a este club por su confianza. Gracias a estos jugadores por permitirse creer en ellos mismos. La despedida de ayer en La Rosaleda por parte del público es el momento, sin lugar a dudas, más bonito que he vivido en todos los años de fútbol y, probablemente, sea difícil encontrar en la vida personal más de dos o tres momentos puntuales de una sensibilidad emocional de tal calibre. Gracias. No me cansaré de repetirlo. Desde hoy, un malaguista más. Desde hoy, un niño que desea que llegue el domingo para acudir a La Rosaleda a animar (porque La Rosaleda anima de verdad, no solo cuando las cosas van bien) al equipo de su alma. Desde hoy, el fútbol nos debe una y habremos de cultivar la paciencia y disfrutar de cada día de existencia sabiendo que, con perspectiva, el día que logremos mucho más que un ascenso, este día de tristeza infinita habrá tenido sentido porque era parte del camino a seguir para estar donde entonces estaremos. Y ahí, felices, lloraremos juntos, pero de alegría.


Te quiero, Málaga.


Mucha vida. Mucho amor. Mucho fútbol. Y mucho Málaga.

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