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Foto del escritorDavid Doniga Lara

Uno más

Actualizado: 7 mar 2021

Con cada firma de un nuevo contrato, uno se coloca, de manera automática, en disposición de enfilar peligrosamente la puerta de salida. Es una causa- efecto obvia que en el trabajo de entrenador adquiere tintes dramáticos, ya sea por la velocidad a la que se recorre ese trayecto, o por la distancia tan pequeña entre la rúbrica y la despedida. O por ambas. La responsabilidad del entrenador conlleva unos privilegios y unas desventajas. No somos trabajadores al uso, eso es cierto. Pero no todos somos “The Special One”. Si en cada cese de mi carrera deportiva escribiera un artículo sobre ello, me quedarían por compartir tantos como temporadas en activo me contemplen, pues, grosso modo, al final salimos a uno por año natural… ¡Mínimo! Ya el año pasado dediqué uno, casi por estas fechas, a la salida del Málaga CF. Este año, afortunadamente, el premio aún no “ha salido” y esperemos romper la racha; sin embargo, son multitud los compañeros despedidos y relativamente nueva la tendencia tanto de cesar a técnicos tras conseguir victorias, como de hacerlo tras periodos más o menos prolongados con sus equipos colocados en situaciones cómodas, con objetivos cumplidos o fuera de puestos de peligro. Con el tiempo, supongo que la percepción sobre estas experiencias seguirá cambiando en mí, obviamente; lo que siento que se mantendrá, sinceramente, será el tono de moderación que la acompañe, de un carácter cada vez más laxo, cada vez menos visceral. Por esos compañeros y por lo recurrente del tema, hoy me he querido acercar al mismo siguiendo la línea que marqué hace unas semanas sobre el éxito y el fracaso aplicado al entrenador. A ese juicio de pulgar arriba- pulgar abajo que se ejerce desde las tribunas y los atriles, con todo el derecho, cuidado. No lo juzgo. Solo me posiciono en el que me corresponde, en el del profesional, que no es ni el del periodista, ni el del especialista, ni el del aficionado. Todos respetables, siempre, si tanto el sentido de la crítica como su objeto de tal lo son (no todas las opiniones son respetables); y todos necesarios, sin duda, porque todos somos partes del espectáculo, y porque todos lo alimentamos y nos alimentamos de él. Cojamos cada uno nuestra parte y asumamos, a la vez, nuestra responsabilidad. Ni más ni menos. Cogiendo mi parte, y asumiendo mi responsabilidad, evalúo lo que vivo y lo que observo de diferentes realidades, con más o menos información, desde mi posición de técnico, tras reconocer algunos patrones, causas y consecuencias de las mismas en el fútbol del año 2021. La primera reflexión es que cuando la duración de las etapas en los banquillos es tan breve para todos, mantenerse es un éxito para los pocos que lo consiguen. No sé si quedarse en un objetivo tan modesto, a priori, puede hacer perder nivel al colectivo, e incluso al fútbol. Contentarse con acabar los ciclos parece poco exigente y, sin exigencia, la complacencia puede hacerse presente en el día a día; y, por estar, podemos llegar a la mediocridad. Pero tampoco sucede así. Señalar con el dedo al entrenador está pasando a otro nivel y la rotación en los puestos adquiere un ritmo nunca visto anteriormente. Se escapa del control de nadie. Y las causas de las cosas que pasan son multifactoriales, y eso no se valora. Ahí está uno de los problemas de este tipo de decisiones. La segunda reflexión es que se nos contrata para ganar, pero ganar, ganar, solo gana uno. Todos los entrenadores dan lo que tienen para sacar resultados y, luego, las cosas se colocan solas. Sobre todo, en campeonatos de liga o competiciones de muchos partidos. A largo plazo es difícil que el fútbol no sea “justo” con los méritos de nadie. Si todos fuéramos técnicos top, por jugar a las utopías, lo lógico sería que solo empatáramos, pues. ¿O no? A ver si no vamos a ser tan determinantes: a ver si somos un factor más con su porcentaje de impacto mayor o menor… Ajustándonos a lo que pasa (histórica y estadísticamente), aun siendo todos top, como mucho, ganaría solo uno, aunque fuera por goal average; si nos exigieran a todos ganar partidos, ya no competiciones, y de eso dependiera nuestro trabajo (más o menos, es así…), aun haciéndolo lo mejor posible, cada fin de semana solo ganarían, como mucho (si no hubiera empates), la mitad… ¿Qué hacemos con esto? La cultura de ganar o ser despedido conduce a un carrusel de cambios en el área técnica que ya ni con las victorias se sortea. Esta temporada, sin ir más lejos, se han dado casos de entrenadores despedidos después de ganar su partido de liga o tras jornadas con una posición tranquila en la tabla. Son los equipos que no dan bandazos y permiten a un entrenador perdurar los que tienen premio. Y no hace falta fijarse en Simeone, paradigma de esta tendencia, o Zidane: Paco López, Bordalás, Diego Martínez, Pacheta… Esto se debe a muchas cosas (esto es objetivo), obviamente. Me mojaré con causas que justifican esta apreciación y que son subjetivas (será una opinión). Por ejemplo, se debe a que los otros equipos no permiten perdurar a sus entrenadores, y otorgan una ventaja al contrario. Solo con el tiempo se adquieren hábitos, se coordinan comportamientos colectivos, se conoce al compañero en profundidad, se saca partido a un ser humano; o a que al jugador se le transmite la idea de que hay un director, un responsable, una jerarquía que debe respetar. No por obligación, sino porque es más fácil avanzar cuando es uno solo el que marca el camino del resto, aunque otorgue el poder al “pueblo”. Si cada uno diese su opinión, y todas ellas fueran contradictorias entre sí, sería muy respetuoso con los intereses individuales, pero el colectivo no podría siquiera arrancar. ¿Para dónde tirarían? Como última reflexión, y en esta línea, si hablamos del carácter del entrenador podemos encontrar diferentes modulaciones de la conducta que pueden abarcar, por concretar en algo material que nos permita entendernos, desde el más cercano al mando directo al que se sitúa en sus antípodas, en el ideal de laissez faire. Que cada uno elija la gama de color en la paleta que hay entre estas dos ideas. Siento que los proyectos de entrenadores que pretenden controlar todo, y se les permite, son, bajo mi punto de vista, tremendamente eficaces a corto plazo; a largo plazo, en cambio, la tendencia de estos modelos es al estrés. Surge en ellos la necesidad de aire renovado, por la asfixia a la que someten a los suyos. Algo que los entrenadores que siguen caminos diferentes a los del mando directo pueden aportar desde el inicio, pero que requiere una paciencia mayor. Contextos y educación determinan. Todos los métodos son válidos. Pero todos, hasta los más directivos, coinciden en algo: necesitan de tiempo. No todos somos “The Special One”. Supongo que la perspectiva cambia desde la posición del entrenador de máximo nivel, que puede elegir proyecto, que maneja millonarias cifras, mareantes para el resto de mortales. Seguir bajo cualquier circunstancia al mando de los equipos, por el mero hecho de mantener tu puesto de trabajo, es algo que nos sucede a la mayoría de técnicos, que no podemos elegir, que dependemos de sueldos más modestos porque, pese a ser altos en relación a la media, surgen de contratos efímeros y con intervalos de tiempo impredecibles entre uno y otro. La decisión de abandonar cuando uno no está a gusto, por el motivo que sea (propios o ajenos) puede acarrear repercusiones ante próximos contratos, por muy justa que sea la causa defendida. Alcanzar ciertas categorías supone aumentar cachés, y eso ayuda, pero también la autoexigencia de mantenerlo para evitar volver al escalón inferior. Desde la clase obrera del fútbol profesional seguiré luchando por romper mi posición, ascender y poder depender menos de la cuenta corriente y más del corazón. Responsable, siempre, de lo que me pasa. No tiro balones fuera. Así es el negocio, con sus dificultades y sus recompensas; con sus resistencias y sus huecos para colarse por ellos. Si no quiero, ya sé donde está la puerta. Soy libre. Los sistemas no se cambian desde dentro. A mí ya no me engañan. A los sistemas se entra para pertenecer a ellos y perpetuarlos. Uno decide si quiere entrar o no, no si lo cambia. La alternativa es buscar otro sistema. El fútbol ya está montado. No hay alternativa. Yo, aún no me tiraré del barco. Tengo un plan. Vamos a ver si tiene efecto. Que tengas una feliz semana. Mucha Vida. Mucho Amor. Mucho Fútbol


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